10. HÁBLAME DE AMOR
Una sonrisa inalterable en mis labios, una placentera serenidad por todo mi cuerpo y un característico entumecimiento muscular era todo lo que quedaba de la noche anterior cuando desperté. Ni rastro de Sharleen. Ni de ella, ni de su ropa, ni siquiera de que alguna vez hubiera estado en mi habitación; Su cojín con la tela estirada, mullido y colocado perfectamente en su sitio. La colcha y la sábana alineadas prácticamente al milímetro, vuelta incluida. Y su lado de la cama, frío como un témpano. Ronroneé de lado a lado de la cama unos minutos más antes de levantarme y abandonar en ella mi pequeño momento de debilidad y fantasía, y vuelta a vuelta fui acallando esa pequeña parte de mí que deseaba haber despertado con ella, censurando hasta el más mínimo resquicio de duda que su fuga a hurtadillas me provocaba fiel a la decisión que tomé de confiar en ella.
Llevaba meses esperando un día libre en el trabajo y durante meses tuve claro que lo único que iba a hacer ese día sería dedicármelo por completo. Y eso empezaba por un largo y tranquilo baño. Con los pies en el suelo y tras descubrir que estaba mucho más hecha polvo de lo que pensaba, me hice con una toalla del armario y salí hacia el cuarto de baño.
- Buenos días –saludó Sharleen desde el sofá.
- Bueno días –respondí automáticamente mientras cruzaba los escasos dos metros de una habitación a otra.
Cerré la puerta, dejé la toalla en el colgador, abrí el agua caliente, me peiné en un moño alto la maraña de nudos y enredos de mi pelo y me mal cepillé los dientes. “¿Buenos días?” me di cuenta. Cerré el grifo, me enrollé en la toalla y saqué la cabeza por la puerta. Y en efecto, ahí estaba, sentada en la esquina del sofá más cercana, vestida de pies a cabeza, con los brazos sobre sus rodillas y una taza entre las manos.
- ¿Qué haces aquí? – articulé incrédula, observándola realmente sorprendida por su presencia.
- La verdad es que llevo toda la mañana preguntándome lo mismo – dejó la taza sobre la mesa de centro y se puso en pie.
- Vale, ha sonado peor de lo que realmente quise – me apresuré en corregir – Es sólo que...
- Pensaste que me había ido. – terminó por mí mientras se acercaba a paso vacilante. – Y créeme, lo he intentado – afirmó confusa – Pero no te imaginas el montón de excusas para no irme que he sido capaz de encontrar, cada vez que me he acercado a menos de un metro de esa puerta, antes de darme cuenta que no necesitaba todos esos motivos para no irme sino uno sólo para quedarme. – y al fin, una tímida sonrisa.
Sostuve su mirada en un largo silencio cara a cara mientras atesoraba en mi mente aquel momento y cada una de sus palabras.
- Isis, empieza a preocuparme la capacidad que tienes para quedarte sin palabras – alargué mis brazos alrededor de su cuello y silencié sus labios con los míos.
No recuerdo cuanto duró aquel beso. Si fue uno de largo o contenido o el único. Si fue tierno, apasionado, lento o bravo. De ese beso sólo guardo en mi mente la aterradora facilidad con la que me llenó de vida y me dejó sin ella a la vez. Eso, y su sabor.
- ¿Eso es café? – noté el dulce amargor en sus labios.
- Pues sí. – recogió su taza, me cogió de la mano y me llevó con ella hasta la cocina – Y espero que tengas hambre.
- Oh – fue cuanto mi propio asombro me dejó pronunciar.
Huevos revueltos, jamón dulce a la plancha, tostadas, zumo natural, macedonia con yogurt, platos, cubiertos, servilletas, vasos y una taza para mí, aguardaban dispuestos en la mesa auxiliar de la cocina.
- Y todo esto ha salido de mi frigorífico.
- ¿Demasiado, no? Es la costumbre – justificó con una mueca – ¿Prefieres sólo café, mejor? – señaló la cafetera sobre la encimera.
- No, ni hablar. El desayuno más decente que he tenido en meses fue una bolsa llena de aceite y bollería industrial. Y ni siquiera la compré yo.
- Entonces, ¿desayunamos? – me invitó a tomar asiento.
- ¿Echas de menos Boston? – me aventuré a preguntar.
- En absoluto. – afirmó mientras servía el zumo – Mi vida siempre ha estado aquí.
- ¿Puedo preguntar por qué te fuiste? – tanteé.
- Claro. Puedes preguntar lo que quieras. – mordió su tostada y me observó en silencio.
- Ya veo – comprendí que yo era libre de preguntar y ella de responder.
- Mira, no es que no quiera contártelo, es que es más complicado que sólo ir y venir de un sitio. ¿Quieres? –me acercó el azúcar – ¿Y tú, por qué te fuiste?
- Dios, eso – recordé abochornada mi huida del Lesway – Supongo que fue demasiado – reconocí a media voz – Demasiado rápido. Demasiado excitante. Y sin duda, demasiada gente.
- Lora, Carol… – enumeró entre risas.
- No, no. No quiero saberlo. – detuve un posible exceso de información innecesaria.
- Hazme un favor y sácame de ahí contigo la próxima vez. Porque hace una semana que intento borrar ciertas imágenes de mi mente – extendió su mano sobre la mesa – ¿Deal?
- Deal – agarré su mano entre la mía. – Espera, ¿has dicho la próxima vez? – reparé tarde.
- Tenemos un trato – acompañó sus palabras con un guiño antes de soltarme la mano – Bueno, cuéntame, ¿cómo acabaste mezclada con las chicas?
- Pues cuando le conté a mi hermana que me gustaban las chicas lo primero que hizo fue acordarse de una amiga del instituto e intentar juntarnos. Pero no sólo me sentó fatal que quisiera aparearme con otra mujer como si se tratara de cruzar dos perros sino que la amiga en cuestión resultó ser Maite, que estaba con Lora.
- Así que estás fuera del armario – se levantó con mi taza a por café.
- Sí, pero para mi familia sigue siendo un mundo paralelo. ¿Por qué, tú no?
- Sí. Y ahora es genial, aunque ha sido un largo camino. Al principio se limitaron a convivir pasivamente con ello como si se me fuera a pasar con la edad o una tontería por el estilo.
- ¿Les has presentado a alguien alguna vez?
- Ni de coña. Lo mío con Maite no fue tan formal ni duró tanto como para exponer ni a mis padres ni a ella, a una situación tan incómoda. Y presentarles a...
- Maite y tú habéis estado juntas – interrumpí sorprendida.
- Sí, pero fue hace mucho tiempo, y no, no pasó nada la otra noche – advirtió ladina – ¿Y tú? ¿Alguien especial en ese mundo paralelo?
- Bueno, no sé si especial es la palabra exacta – tomé un sorbo de café – ¿Cómo recuerdas tu primer amor?
- ¿Lejano? La verdad es que intento no recordarlo – puso los ojos en blanco – ¿Es que fue tu primera chica?
- Nos conocimos el primer año de universidad. Pero no teníamos los mismos planes de futuro al terminar, incluida nuestra relación y decidimos dejarlo por mutuo acuerdo.
- Pero seguís en contacto – se interesó mientras recogía los restos del desayuno.
- Lo justo para saber como nos va. A su mujer no le hace ni pizca de gracia – me hice con las tazas – ¿Te apetece otro café?¿En el sofá? – propuse mientras rellenaba ambas tazas cuando noté sus manos subiendo por mis muslos bajo la toalla – ¿Aquí? – y su sonrisa sobre mi cuello entre beso y beso.
- Aquí – se deshizo de mi toalla.
- Mis piernas – solté las tazas de café para apoyarme en la encimera al sentir que empezaban a flaquearme.
- Yo te sujeto – sus manos trepaban por mi cadera y sus labios se deslizaban juguetones por mis hombros.
- Vale, aquí. – terminé cediendo con su lengua bajando por mi espalda.
Fue tan sencillo e inevitable abandonarme a la suavidad de sus manos. A la ternura de sus labios al besarme. A tan delicada danza de caricias sobre mi piel creando el más caótico y vehemente deseo a su paso. Un paradójico frenesí conquistando implacable cada centímetro de mi cuerpo. Tan intenso y tan pausado. Y apremiante. Pero eterno.
- Sharleen – me rodeó con su brazo – No me sueltes.
- Nunca – me aferré a ella vencida por los efectos de su mano entre mis piernas.
Me sostenía entre sus brazos mientras yo recobraba el pulso, la respiración, el equilibrio y la dignidad, cuando tuve la abrumadora necesidad de detener el tiempo a nuestro alrededor y capturar en él, aquel abrazo para siempre.
- ¿Por qué no me esperas en el sofá mientras recojo esto y ahora voy con los cafés? – propuso regalándome una nueva y dulce serie de pequeños besos en el cuello.
- Tengo una idea mejor. Vamos – recogí la toalla y tiré de su camiseta para que me siguiera.
La llevé hasta el cuarto de baño, dejé mi toalla en el colgador, le pedí su ropa y fui a mi habitación a por otra toalla para ella. Taponé la bañera, abrí el agua caliente y la invité a entrar.
- Me gusta como piensas – elogió tumbada entre mis piernas – Ya no me acordaba de lo fantástico que es esto.
- ¿Darte un baño?
- No lo digo por eso, pero también – deslizó sus manos sobre las mías – ¿Haces esto muy a menudo?
- Siempre que puedo – me miró escéptica esbozando una capciosa sonrisa – No lo has dicho por el baño, otra vez –comprendí a destiempo desencadenando su risa – No es que me sobren las oportunidades para hacerlo, así que no, no lo hago muy a menudo.
“Llámalo oportunidad, llámalo interés” añadí mentalmente. Porque hacía muchísimo tiempo que no había vuelto a sentirme lo bastante cómoda ni atraída por otra mujer más allá de un primer y efímero flirteo que rara vez acaba en sexo. Y si lo hacía, o era genial pero lo único que valía la pena entre esa chica y yo o resultaba preocupantemente descoordinado y no valía la pena que hubiera nada más. Hasta anoche. Cuando irremediablemente atraída por la idea de acostarme con Sharleen y sorprendentemente cómoda mientras ocurría, todo fue tan natural y cómplice.
- Me fui por una chica – descubrió al fin en un profundo y sosegado suspiro – No detrás de una. Sino para alejarme, más bien. Yo me enamoré como una cría y ella no era capaz de amar a nadie que no fuera a sí misma – apoyó su cabeza en mi pecho y cerró mis brazos sobre ella – Así que hice las maletas y me fui lo más lejos posible para olvidarla.
Y de nuevo, aquel apacible hormigueo en mi vientre alimentando el mismo e incontrolable sentimiento de no querer soltarla nunca de entre mis brazos. Sintiéndola tan frágil entre ellos. Sintiéndome tan frágil con ella entre ellos. Preguntándome quién fue la insensata que no supo amarla. Y la dejó marchar. “Jamás te dejaría ir de mi lado. No podría. Ya no”.
Un fugaz pensamiento sobre lo sucedido hasta el momento y un simple segundo para observarla desnuda sobre mí, y cada centímetro de mi piel volvió a arder por ella.” Oh, vaya” me sorprendí a mi misma, “ahora no es el momento, luego” quise contener, “luego, también” reivindicó esa inofensiva parte de mí que silenciada de buena mañana, ahora exigía satisfacer sus deseos.
- Decídete. – acertó clarividente – Antes de que pierdas del todo la sensibilidad en los dedos – me mostró mi mano mellada por el remojo.
-¿Qué? No… yo…– titubeé avergonzada.
- No sólo te oigo latir el corazón. Y respirar. Sino que estás calentando el agua de nuevo – advirtió entre risas.
- Puede que se me haya pasado por la cabeza – admití contagiada por su risa.
Alzó la cabeza, me acercó a ella con la palma de su mano sobre mi mejilla y apresó mis labios en un frágil beso, jugando a entrelazarlos entre los suyos, mordiéndolos con una suavidad delirante a veces, lamiendo sutilmente otras, para volver a capturarlos en un nuevo beso.
- Entonces, ¿aquí? – sonrió maliciosa.
- Aquí.
Hundí mis manos a través de su vientre con mi boca apresada entre la suya, besándome con una mayor y asfixiante necesidad cuanto más apuraba mis movimientos entre sus muslos cuando, desde la lejanía del comedor, el inconfundible timbre del interfono nos detuvo en seco.
-¿Esperas a alguien?
- No. – llegó un segundo timbrazo – Será el cartero – resolví indiferente, pero antes de poder devolver mi mano a la calidez de sus piernas, nos alcanzó un prolongado tercer timbrazo.
- Las chicas – conjuramos al unísono.
Salimos despedidas de la bañera por la fuerza del pánico y entre varios vamos, espera, toma, un tímido lo siento por mi parte y envuelta de nuevo en la toalla, llegué hasta la puerta.
- ¡Que ya voy! – apremió un último y exigente repique – ¿Sí? Sasha, hola. Claro, sube. – esperé tras la puerta a escuchar el ascensor y abrí.
- ¿Se puede saber donde demonios estabas? – entró a paso largo y aireando las manos – Llevamos toda la maldita mañana buscándote y no coges el teléfono ni respondes al móvil.
- ¿Qué? No, llevo toda la mañana en casa – miré el fijo – Y no ha llamado ni Dios – rebusqué en mi bolso y saqué el móvil, apagado y sin batería – Oh, mierda. Espera – fui a mi habitación, seguida por Sasha, a por el cargador para el móvil y a comprobar el otro terminal fijo – Joder – retiré mis pantalones de encima y lo descubrí descolgado – ¿Pero qué..? – en cuanto conecté y encendí el móvil se volvió loco mostrando una llamada perdida tras otra, entre tono y tono de una interminable cadena de mensajes recibidos. Miré a Sasha realmente preocupada.
- Tengo el coche mal aparcado, así que date prisa, vístete y nos vamos… – un ruido desde el baño atrajo su atención – ¿Quién hay en el baño?
- Mmmm, ¿nadie?
- ¿Isis? – insistió.
- Sasha – salió Sharleen del baño.
- ¿Sharleen? – la miró con los ojos como platos y las mejillas coloradas.
- Sasha – repitió Sharleen.
- No he visto nada. No se nada. No diré nada – soltó de carrerilla
- Sasha – volvió a llamar su atención Sharleen – Necesito pasar, tengo mi ropa en la habitación – Sasha se hizo a un lado – Y bien, ¿qué ha pasado? – preguntó mientras empezaba a vestirse.
- Que se le ha ido la pinza a Lora. Y esto se veía venir – refunfuñó cabizbaja – Está en casa de Maite, pasada de todo, aporreando el portal y soltando mierda a los cuatro vientos, gritando que tiene que hablar con ella.¿Se puede saber qué haces? – preguntó molesta mientras yo revolvía una y otra vez dentro de la cama.
- Busco mi sujetador – reconocí con la boca pequeña.
- Yo lo he visto. Toma – Sharleen lo encontró bajo su toalla.
- Vale. ¿Sabéis qué? Os espero en el coche.
Tras el portazo de Sasha al salir busqué la mirada de Sharleen para asegurarme de que todo estaba bien y en orden cuando la vi sentada en el borde de la cama con la mirada perdida en el Boston Terrier. Antes de poder preguntarle que ocurría se anticipó a mis palabras.
- ¿Estás? Deberíamos ir bajando – se enfundó las botas y salió de la habitación.
Salí tras sus pasos hasta el comedor segundos después, recogí mi bolso, las llaves, la chaqueta y me planté a su lado junto a la puerta. Y ella tan ausente. Detuve su ademán de abrir cazando su mano al vuelo.
- Sharleen, ¿qué ocurre? – posé mi mirada en la suya, fría y distante de repente, cuando estalló un nuevo timbrazo en el interfono.
- Te lo cuento de camino – abrió la puerta y me invitó a salir.
Salíamos del portal y un bozinazo de Sasha desde la esquina superior de la calle nos dio la posición de su coche. Sharleen me indicó con un breve mohín en los labios que me sentara en el lugar del copiloto y se metió en los asientos traseros.
- Espabilando que es gerundio –acució Sasha mientras entrábamos en el coche – Cinturones, ya – no esperó para ponerse en marcha – Genial, ¿puedes cogerlo? – saltó su móvil desde el fondo de su mochila al lado de Sharleen.
- ¿Sí? – atendió la llamada – Sí, ya lo sé. Diez minutos o menos. Vale. Sí. Hasta ahora – devolvió el teléfono al interior de la mochila – Tanya, que están en la tetería de la rambla y nos quiere allí para ayer.
- A ver, por partes y desde el principio – le indiqué a Sasha terminando de acomodar mis cosas con el dichoso cinturón.
- Resulta que anoche, Maite, le dijo que nunca la había engañado, que se lo inventó todo para provocar que rompieran. Y le ha explotado el cerebro.
- ¿Qué? – sacudí la cabeza incapaz de creérmelo – ¿Por… por qué? ¿Por qué se lo ha contado? ¿Y ahora, después de tanto tiempo?
- Porque yo se lo pedí. – alegó Sharleen con una frialdad escalofriante en su voz.
- ¿Qué tienes que ver tú en todo esto? – busqué su atención a través del espejo interior.
- Maite usó como cebo a la ex de Sharleen – reveló Sasha.
- ¿Tu ex? – el corazón me dio un vuelco – La chica por la que te fuiste – comprendí en su silencio.
- Podemos centrarnos en la que se nos viene encima, por favor – instó Sasha.
- Bueno, algo me dice que Lora no querrá ni verme así que pasaré por casa de Maite primero, a ver cómo está el patio. Déjame por aquí cuando puedas – Sasha encendió las luces de emergencia aprovechando un semáforo en rojo.
- Veré que puedo hacer con las chicas y te digo algo en cuanto pueda – añadí a sus planes.
Pero no cruzó palabra alguna de nuevo ni me miró una sola vez más. Salió del coche, se recolocó la chaqueta, se echó la mochila al hombro y cruzó la calle a paso firme. Tan indiferente. Tan magnética como inquietante.
- ¿Sharleen, eh? – reanimó el tema Sasha volviendo a la circulación.
- ¿Tú también vas a sermonearme? – repliqué mirándola recelosa – Porque Lora ya me dejó bastante claro que me andara con cuidado.
- No me preocupo por ti, sino por ella. Isis, sacrificaste una relación de casi cinco años porque no encajaba en tu futuro. Y Sharleen ha sacrificado cinco años de su futuro por una relación. ¡Te tengo! – encontró un hueco donde aparcar – Sólo digo que, bueno, puedes juntar el agua y el aceite…
- Pero nunca lograrás mezclarlos – completé por ella – Lo sé.
- Exacto. Lo sabes – sentenció tras apagar el motor – Pero te gusta.
Una sonrisa a medias, una última mirada sostenida y abandonamos el coche rumbo a la tetería.
- Deberíamos haberle contado lo otro – reprochó Sasha.
- Prometimos no decir nada, pasara lo que pasara – censuré.
- ¿Crees que no va a enterarse de todos modos? – se detuvo enfrente de la puerta de la tetería.
- ¿Lo sabe Maite? – quise saber.
- No, creo que no. O no cuando me he ido.
- Bueno, ya es algo, por el momento – empujé la puerta – Vamos.