3. PRIMER CONTACTO



Ya conocía esa sensación. Mariposas en el estómago lo llaman, como si el hecho de endulzar su nombre con tal bello, torpe y efímero insecto, fuera a mitigar sus efectos. Yo prefería llamarlo tal como lo sentía; una patada en el vientre que me dejaba contraída de pies a cabeza, sin aliento y levemente mareada. Una pequeña pero fulminante descarga eléctrica en lo más profundo de mis entrañas que se expandía imparable por todo mi cuerpo y terminaba fundiéndome por completo el cerebro, atrapaba mi pobre estómago y sus estúpidas mariposas en la garganta y me ensordecía con un descompensado latido en los oídos. Sí, la conocía y muy bien. Pero en aquel momento lo último en lo que pensaba era en ese absurdo y olvidado sentimiento.

A media manzana de Plaza Cataluña pude reconocer al grupo que aguardaba mi llegada en las escaleras del BancoBanco; La inconfundible silueta de Maite. Los saltitos descoordinados de Cloe. El acompasado balanceo de Sasha. Lora y su enorme bolso. Y ella. Inmóvil, observando curiosa, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta y una tímida y dulce sonrisa. “Vaya por Dios” pensé en cuanto noté subirme el estómago y un inconfundible hormigueo me paralizaba por completo, dejándome sin aire y el corazón estallando errático en mis oídos.

- ¿Preparada? – preguntó Tanya rodeándome la cintura con su brazo. “En absoluto” pensé.


- Tranquila, ¿hum? – añadió Diana pasándome el brazo por los hombros.

Había llegado el momento.
Andaba los últimos metros arropada entre los brazos de ambas, sin poder dejar de mirar a aquella extraña, cuando Maite fue la primera en vernos llegar. Tiró su cigarrillo al aire, apartó a Cloe y Sasha de su camino y mientras el resto la seguían con la mirada se plantó decidida y firme delante de mí.

- ¿Sabes cuánto tabaco me has costado sólo esta noche? – espetó solemne – Llevo todo el día encendiendo cigarro tras cigarro y sabes que fumar compulsivamente me desquicia aun más.


- Maite – interrumpí emocionada por su reacción, pues rara era la vez que Maite se mostraba vulnerable y sabía que cuando lo hacía, era porque la situación resultaba superior a ella y a su infinita dignidad. – Yo también me alegro de verte.


-Te he echado de menos – masculló al aire antes de encerrarme contra ella en un impulsivo y sentido abrazo – Mucho – admitió en un susurro.


- ¿Y nosotras qué? – reclamaron al unísono Cloe y Sasha uniéndose al abrazo.


- ¡Mocosas! ¡Que me arrugáis la chaqueta! –protestó Maite deshaciendo el abrazo.


- Más te estrujaba la morenaza de ayer y ni respirar te oímos. – se acercó Lora.


- Hola – quise centrar la atención de Lora en mí. Estaba al corriente de lo mal que congeniaban Maite y ella desde que rompieron e intenté poner tierra de por medio – No sabía si ibas a venir – confesé.


- Claro que sí. – dijo cabizbaja – Ya me conoces, perro ladrador…


- Poco mordedor, lo sé – y la animé a abrazarme extendiendo los brazos hacia ella.


- Siento no haber…


- Hablaremos, ¿vale? – interrumpí – Lo hablaremos todo, tranquila. – dije estrujándola contra mi pecho. 


- ¿Es que nadie piensa presentarle a Isis? – apremió Diana.

“Isis” repetí mentalmente con la mirada puesta en la chica nueva.
Permaneció atrás observando desde las escaleras mientras saludaba a las chicas y a medida que se acercaba, renacían indomables de nuevo el estómago revuelto, el sudor frío y el entumecimiento mental. Pero sabía como controlarlos e incluso, si llegaba a ser necesario, como erradicarlos de raíz y sacarme tal tontería de la cabeza y la entrepierna, banalizando uno por uno cada sentimiento infundado que me provocaba aquella extraña. Y en eso me centré.
“Sí, dulce sonrisa, muy dulce”, empecé a analizar mentalmente, “contagiosa, cálida, tierna, así no vas bien” me llamé yo misma la atención. “Vale sí, una sonrisa preciosa” admití algo confusa. “¡Qué narices! Y un buen cuerpo”, reconocí tras estudiarla de arriba a abajo. “La chica es atractiva, y mucho, pero contrólate que solo te falta ponerte a aullar” me reproché, “veamos que pasa cuando abra la boca” frivolicé.

- Veinticinco, soltera y, sí hija sí, de nuestra acera – me cuchicheó Diana. – Pero contente un poco anda, que se te salen los ojos – se echó a reír.


- Hola, soy Isis – pude escuchar al fin su voz – Bienvenida. – y dos besos acompañaron sus palabras.


- Encantada y gracias. – “mierda” me di por sentenciada en cuanto rocé su piel y su perfume me inundó hasta la médula.


- Ahora que os habéis gustado – soltó Cloe – ¡Conocido! Quise decir conocido, no gustado, era conocido, porque os acabáis de conocer, por eso decía que…


- Que vayamos tirando – impuso Tanya tras propinarle un puntapié – Nos esperan para cenar en diez minutos.

Si el punto de encuentro elegido para esa noche fue el BancoBanco, el restaurante no podía ser otro que donde tantísimas veces, por no decir prácticamente todas, habíamos celebrado las cenas importantes; el chino de la calle Balmes.

Durante la cena y una a una, a veces, o todas a una, generalmente, las chicas fueron contándome lo ocurrido, lo cambiado y lo inesperado durante mi ausencia en la ciudad. Desde el cierre de comercios históricos, pasando por obras absurdas, descubrimientos arqueológicos y nuevas literatas autóctonas, hasta lo más prometedor del ambiente, coincidiendo unánimemente en el fugaz pero exitoso traspaso que había sufrido Aire, ahora conocido como Lesway, y que emergió rápidamente como la mejor oferta nocturna para lesbianas en la ciudad.
Fue con las historias de las chicas sobre las noches de fiesta que habían pasado en el nuevo local cuando noté a Isis más cómoda con la conversación y crónica a crónica en la que intervenía y me sorprendía embobada escuchándola hablar, tras cada mirada suya que se cruzaba con la mía y con cada una de sus sonrisas que me hacía sonreír, con mayor fuerza sentía la ira de Bruce Lee golpeándome el estómago.

Los postres, las fumadoras y los cafés auguraban el final de la cena.
Mientras unas intentaban compensar el exceso de sangría con un aporte extra de azúcar a base de flan, tarta y helado, otras lo intentaban con sustancias no tan legales pero igual de adictivas. Tanya, con un sutil ladeo de cabeza, me invitó a seguirla fuera.

- ¡Dios, aire! – exclamó Diana en cuanto pisó la calle, abanicándose con ambas manos la cara. – Ya no recordaba lo mala que es la dichosa sangría – alargó un cigarro a Tanya y otro para Maite.


- De todo lo que acabas de meterte entre pecho y espalda, crees que la sangría es lo peor – azuzó Maite mientras se encendía el cigarro. 


- ¿Y tú qué? – me preguntó Tanya 


- Yo también necesito aire – refunfuñé removiendo el humo de Maite de mi cara – Pero bien. Asimilando, poco a poco y por partes.


- Si es que te he echado de menos, ¡puñetera! – replicó Maite pellizcándome la mejilla.
- No te preocupes por lo de Lora – expuso Diana – Todo es quedar un día con ella y hablar tranquilamente.


- ¿Lora? ¿En serio? – interrumpió Maite entre risas – A ti no te preocupa Lora, en absoluto – sentenció mordaz.


- ¿Tanto se me nota? – pregunté abochornada en cuanto adiviné por donde iban los tiros.


- Chica, es que llevas toda la cena comiéndotela con la mirada – alegó Tanya.


- ¡Culpa de ésta! – señalé contra Diana – Que si veinticinco, que si soltera, que si lesbiana – repetí sus palabras burlona – ¡Como para no fijarme!


-¡Será culpa mía! – se defendió a carcajadas –Porque yo te he dicho que no le quites ojo del escote ¿no?


- ¡No le miraba el escote! – protesté – Me fijaba en sus clavículas – admití con la boca pequeña.


- ¡Aguántate, que nos ha vuelto de las américas hecha una fetichista! – pinchó Maite provocando una risotada general.


- Chicas – apareció Isis asomando por la puerta del restaurante – Ya he pedido los cafés, menos el tuyo. No se como te gusta – me aclaró.


- Por ahora – el nuevo comentario de Maite se ganó nuevas risas y un codazo por mi parte.
- Solo, descafeinado de máquina. Gracias. – en cuanto Isis volvió adentro, recriminé a las chicas – Estáis tontas, va en serio.


- Oye, pues tiene unas bonitas clavículas, no me había fijado – chinchó Diana con la última calada.


- No resbales con las babas – se unió Tanya ya entrando. 


- ¿Me vais a dar la noche, no? – afirmé resignada.

La carcajada de las tres al unísono fue respuesta suficiente.

Cafés, chupitos, cuentas y pusimos rumbo al Lesway.
Dos pensamientos me acompañaron durante el trayecto; la curiosidad por ver con mis propios ojos el susodicho local y los cambios que las chicas detallaron durante la cena, preguntándome si habrían cambiado las puertas del baño o si habrían prescindido de la estatua de la entrada, y la esperanza de que con la fiesta en marcha, no sólo yo iba a olvidarme de Isis.

- ¿Qué te parece? – quisieron saber Cloe y Sasha una vez dentro.


- Que menudo cambio – afirmé atónita ante lo que veía.

Sí, las puertas del baño seguían siendo las mismas. Y sí, una parte de mí pataleó cuando supe que la estatua, propiedad del antiguo dueño, se fue con él. Pero el resto era realmente sensacional y tal como las chicas habían dicho. La música, la iluminación, la decoración y la nueva distribución, que aparte de trasladar una única barra al fondo del local también incluía un reservado con cuarto oscuro donde estuvo la tarima. Cuando pregunté por el guardarropía, Lora me informó de los planes que nos aguardaban, pues Maite, amiga íntima de una de las nuevas propietarias, se aseguró el reservado únicamente para nosotras y la exclusividad de una de las camareras a nuestro servicio. Así que subíamos y bajábamos a nuestro antojo, unas veces para darlo todo en la pista de baile y otras en busca de espacio y algo de tranquilidad. Yo, en especial, para huir de Isis, porque a medida que avanzaba la noche, la fiesta y el alcohol, más apetecible e innegable se me antojaba la idea de acercarme a ella y mayor interés parecía tener ella en que así fuera.

De camino a casa y por más veces que me lo preguntara, no lograba dar con quién acabó arrastrando a quién dentro del cuarto oscuro.