4. A OSCURAS
Ya conocía esa sensación. Mariposas en el estómago lo llaman, como si tener un centenar de insectos removiéndote las entrañas pudiera compararse al éxtasis que produce ver por primera vez a una persona y que cada centímetro de tu piel la desee al instante. Pero sí, la conocía y muy bien. Aunque no fue hasta que nuestras miradas se cruzaron que no volví a pensar en ese absurdo y olvidado sentimiento.
Llegué pronto al BancoBanco, sobre las nueve menos diez según el reloj del BBVA, y quise aprovechar el tiempo de más hasta que llegaran las chicas para resolver la extraña inquietud que me acompañaba desde primera hora de la tarde y empezaba a ser realmente molesta. Si bien en un principio y mientras me arreglaba en casa, di por hecho que tal desasosiego era simple frustración a cuanta más ropa me probaba y automáticamente descartaba, de camino al centro achaqué mi apatía a la obligación de asistir a la dichosa cena por la promesa que le hice a Lora. Pero sentada sola en aquellos tres escalones y habiendo dejado atrás mi adorado fondo de armario y la insistencia de mi amiga, ese inexplicable runrún seguía carcomiéndome las tripas. “Serán nervios” empecé a sospechar.
Maite fue la primera en presentarse. Extrañamente pasiva y callada, se dedicó a encender un cigarrillo tras otro, aspirando con una urgencia asfixiante cada calada hasta quemarse la punta de los dedos. Lora y su enorme bolso fueron los siguientes. Con un sintomático, cargante y descontrolado parloteo, no tardó en ganarse una reprimenda si volvía, una sola vez más, a darme las gracias por haber venido. Con Cloe y Sasha, una incapaz de estar quieta y la otra contenida en un vaivén sobre sus propios pies, comprendí que no era la única a quien ese encuentro tenia fuera de sus casillas. “Son nervios” terminé aceptando.
Pasaban cinco minutos de la hora acordada cuando la reacción de Maite hizo saltar la alarma. El profundo suspiro de Lora confirmaba que Sharleen había llegado. Permanecí atrás aguardando mi turno, observando como las chicas iban dándole la bienvenida. Sorprendida por la actitud de Maite, emocionada con el abrazo de Cloe y Sasha y preocupada por Lora, no tuve tiempo de pensar en qué decir ni qué hacer cuando Diana pronunció mi nombre. En cuanto mi mirada se cruzó con la de Sharleen, un súbito, plácido y conocido calor inundó cada centímetro de mi piel. ”¡Esto no son nervios!” me reproché consciente de lo que significaba sentir aquel hormigueo por todo mi cuerpo. Avanzaba hacia ella, tragando mariposas garganta abajo a marchas forzadas temiendo que alguna escapara volando de entre mis labios en cuanto abriera la boca, mientras me observaba curiosa pero afable, firme pero suave, desnudándome parte por parte y poco a poco con la mirada.
- Hola, soy Isis. Bienvenida. – y acompañé mis palabras con dos besos.
- Encantada y gracias. – fue su respuesta apartando la mirada al fin.
- Ahora que os habéis gustado – soltó Cloe – ¡Conocido! Quise decir conocido, no gustado, era conocido, porque os acabáis de conocer, por eso decía que…
- Que vayamos tirando – impuso Tanya tras propinarle un puntapié – Nos esperan para cenar en diez minutos.
Sorprendida por lo que acababa de ocurrir, me serví del trayecto hasta el restaurante, apenas dos manzanas, para decidir qué hacer con lo que estaba sintiendo. El qué, era evidente. Si antes de conocerla una parte de mí ya se sentía atraída por ella con cada nueva historia que me contaban las chicas, fue suficiente ponerle rostro y voz para desearla. Y había pasado tantísimo tiempo desde que alguien me hizo sentir así por última vez. “De perdidos al río” sentencié dispuesta a dejarme llevar por aquel deseo bajo mi piel hasta que en cualquier momento y tras algún comentario, alguna broma o algún gesto por su parte, se rompería el hechizo por si sólo. Como siempre ocurría cuando me fijaba en alguna chica y tarde o temprano descubría en ella resquicios de machismo, un humor demasiado macabro para mi gusto, un profundo síndrome de Peter Pan o acababa por mentirme, engañarme o tomarme por su madre, entre otras patologías lésbicas.
Así que durante la cena y mientras las chicas iban contándole a Sharleen lo ocurrido, lo cambiado y lo inesperado durante su ausencia en la ciudad, yo la observaba atentamente, alimentando poquito a poco ese absurdo cosquilleo en mi vientre cada vez que me pillaba mirándola o me devolvía una sonrisa, a la espera de lo inevitable.
Terminamos de cenar, llegaron los postres y mi interés por Sharleen no sólo seguía intacto tras la última conversación sobre el Lesway en la que cruzamos las primeras palabras, sino que además había ganado en intensidad. Y evidencia.
Con unas fumando fuera y otras tomando postres, se abrió la veda.
- Entonces selán dos helados de flesa y nata, una talta de chocolate pala compaltil, un flan de la casa y una macedonia de flutas, ¿colecto? – repasó el camarero los postres que habíamos pedido.
- Sí, gracias – confirmó Sasha – Luego pediremos los cafés
- Has hecho bien en venir – afirmó Cloe.
- Pues sí y no ha ido tan mal ¿no? – pregunté a Lora.
- Lo dice por ti – aclaró tras una carcajada.
- Y por cómo llevas toda la cena mirándola – añadió Sasha.
- Sharleen tampoco se ha cortado un pelo – opuso Cloe – Al menos no ha tirado ninguna bebida. – y las tres se echaron a reír.
- De momento. Queda mucha noche por delante – rebatió Lora con su mirada puesta en mi.
- ¿Cafés? – interrumpió el camarero dejando los postres.
- Sí, mira, un cortado de sobre, un sólo normal – empecé a dictar mientras ellas atacaban ansiosas los postres – dos cortados, dos café con leche, un sólo descafeinado de máquina para mí y – caí en la cuenta – ¿Sharleen toma café? – pregunté ganándome una nueva carcajada. – ¡Madre mía! Y eso que aún no he dicho nada. – refunfuñé – Me falta uno por pedir – aclaré al camarero mientras me levantaba.
Salí fuera para preguntarle a Sharleen si quería café y cómo lo quería cuando desde el otro lado de la puerta escuché las carcajadas de Maite, Tanya y Diana. En cuanto me asomé y tras un vistazo rápido, identifiqué al instante la expresión de Sharleen y el tono burlón en la risa del resto.
- Chicas, ya he pedido los cafés, menos el tuyo. – opté por ir al grano – No sé cómo te gusta – le aclaré.
- Por ahora – soltó Maite provocando nuevas risas.
- Sólo, descafeinado de máquina. Gracias. – asentí con la cabeza y entré de nuevo.
Pasé nota de su café y volví a la mesa, donde me esperaba una nueva ronda de comentarios.
- No me lo digas – retomó Lora – La están sometiendo al tercer grado.
- Eso me ha parecido – afirmé confusa.
- Os habéis gustado, vale, sí, ¿y qué? – Sasha quitó hierro al asunto.
- Que esta noche volveré sola a casa – atizó Lora
- Eso no tiene nada que ver con que la muchacha se dé una alegría pal cuerpo – alegó Cloe – Es porque tú eres una rancia con las chicas que se te acercan.
-¿Es hora de meternos con Lora? ¡Bien! – se unía Maite – ¿Puedo, puedo?
- Maite, hoy no. – cortó Tanya.
- En serio, ¿Qué narices pasó para que terminarais así? – preguntó Sharleen.
- Que es una frígida – soltó Maite.
- Dijo la zorra – respondió Lora.
- Vale, basta – intervino Diana – Pido la cuenta y nos vamos. Id terminando – ordenó tras beberse su café de un trago.
Dos pensamientos me acompañaron de camino al Lesway; uno, el repentino cambio de Sharleen, que había pasado de aguantarme la mirada a esquivarla por completo desde lo ocurrido durante el descanso para los cafés. El otro, tomar cartas en el asunto y acercarme a ella. Esperar el momento apropiado, lejos de la atención de las chicas e invitarla a una copa, bailar con ella o hablar tranquilamente en el reservado. Pero llevábamos poco más de dos horas en el local y a pesar de haber recuperado el contacto visual y las sonrisas compartidas, resultaba imposible estar cerca de ella menos de dos metros o más de unos segundos. O no coincidíamos ni en el reservado ni en la pista de baile o cuando lo hacíamos, aparecía una conocida, suya o mía, y nos arrastraba marea humana adentro para saludar a fulanita o conocer a menganita. Así que cesé en mi empeño, harta de presentaciones e incapaz de memorizar un solo nombre más y opté por retirarme unos minutos al reservado y tomarme una última copa.
Subía los últimos escalones repitiéndome mentalmente que “otro día será”, cuando la ví hablando con Maite en la entrada del cuarto oscuro.
- Por eso no te preocupes que ya está arreglado – escuché a Maite.
- No me parece nada bien y lo sabes – le recriminó Sharleen – Al menos déjame pagar la mitad.
- ¿Va todo bien? – quise saber.
- Intento explicarle que lo de esta noche ya está pagado. Y no se entera. – justificó Maite.
Yo, que sabía cómo y porque Maite se hacia cargo de la cuenta, no pude evitar reírme.
En cuanto la encargada, y amiga de Maite, salió del cuarto oscuro recolocándose la camisa, no hizo falta darle a Sharleen ninguna explicación.
- Pues eso – añadió Maite con una sonrisa perversa desapareciendo escaleras abajo tras la encargada.
Esperé unos segundos a que saliera de su asombro por lo que acababa de descubrir cuando adiviné sus intenciones de irse. Sin ni siquiera pensarlo y antes de que pudiera dar un sólo paso, le eché la mano al pecho para detenerla. Bastó mirarnos una vez más para que, con su cuerpo y el mio separados por escasos centímetros y su corazón estallando errático y furioso bajo la palma de mi mano, al fin me besara.
- Espera, espera – deshice el beso al escuchar a las chicas subiendo – Aquí no.
Y arrastrándola por la camisa, entramos en el cuarto oscuro. Retomando al instante ese primer beso, apresando su boca contra la mía, entrelazando sus labios a los míos, lamiéndolos suavemente a veces, mordiéndolos delicada en otras, mientras sus brazos me envolvían firmes y arropaba mi cuerpo contra la pared. Asfixiada por la necesidad de sentir su piel sobre la mía, empecé a desabrochar su camisa mientras se deslizaba beso a beso por mi cuello y sus manos se perdían dentro de mi blusa, arrancándome los primeros suspiros cuanto más se acercaban a mis pechos.
- Dios, quítamela – le pedí – Quítame la maldita blusa.
- ¿Isis? – preguntó una voz desde el fondo del cuarto.
- ¿Lora? – reconoció Sharleen.
- ¡Shar! ¡No me jodas! – se sorprendió Lora.
- ¿Qué haces aquí? – pregunté.
- Buscar duendes, ¿qué voy a hacer? – replicó Lora conteniendo la risa
- Chicas, es casi la hora de cerrar – se añadía una voz desconocida.
- ¡Uy! Hola, ¿quién eres? – se interesó Sharleen.
- Soy Carol. La camarera. – contestó susurrando.
- ¿Os importa? – reclamó una tercera voz – Algunas queremos terminar antes de que enciendan las luces. – exigió.
Aquel último comentario provocó mi huida precipitada del cuarto oscuro. Sintiéndome terriblemente abochornada de repente y sin mediar palabra, aparté a Sharleen, desaparecí entre las cortinas de la entrada y recogí apresurada mis cosas del reservado. Salí por patas del local, cogí el primer taxi que vi y puse rumbo a casa, cuestionándome, durante el trayecto, cómo pude llegar a perder el control de esa manera.