Entraba en el dormitorio con la mochila colgando del brazo cuando un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, fulminando de raíz, la aún molesta sensación a deja vu.
“Y tres” pensé al ver a Isis, “lista completa”.
No es que me olvidara de ella, todo lo contrario. Durante las últimas treinta y seis horas no hice otra cosa que dedicarle dos de cada tres pensamientos. Pero ni siquiera me pasó por la cabeza la idea de verla aquella tarde con el resto de las chicas. Y menos aún, con mi camisa entre sus manos.
- Ya bueno. Tampoco es que pueda decir nada, ¿no? – afirmó Isis sin percatarse de mi presencia.
- Isis…– quiso advertir Lora.
- Si ya lo sé Lora. Le doy demasiada importancia a lo que pasó, ya me lo dejaste claro.
- Isis…
- Y en realidad no hay nada entre nosotras. Puede hacer lo que le de la gana con quién le de la gana. – concluyó desilusionada.
- Hola – interrumpí preocupada por sus palabras – ¿Va todo bien?
- Maite ha dejado esto para ti – y me entregó la camisa sin siquiera mirarme antes de salir de la habitación.
- Isis, espera. – fui tras ella hasta la cocina – No es lo que parece. – me di cuenta del malentendido.
- No tienes que darme explicaciones.
- Nunca las doy y nunca las pido. – repliqué molesta –Pero creo que tenemos que hablar
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- Pues casi que me voy y os dejo solas – Diana salió de la cocina cerrando la puerta tras ella.
- No hay nada de que hablar – rehuyó.
- No tienes que ponerte a la defensiva conmigo. Sólo quiero... – suspiré – Quiero saber si la otra noche fui demasiado lejos o hice algo que te haya ofendido. – y me acerqué un par de pasos hasta ella.
- ¿Antes o después del Lesway?
Con aquel reproche entendí que ni el más sincero de mis argumentos iba a ser suficiente mientras tuviera metida en la cabeza la estúpida idea de que entre Maite y yo, había pasado algo. “Si no quieres entenderlo por la buenas, lo harás por las malas” decidí exasperada ante su cabezonería por no escucharme y dispuesta a dejarle claro que sólo y únicamente la deseaba a ella. En un último paso y posando mis manos sobre su cintura, terminé por encerrarla entre mi cuerpo y la encimera, sellando sus labios contra los míos en un malicioso y premeditado beso, apresándola firme entre mis brazos, sintiendo cómo, poco a poco y con una indomable dulzura, volvía a dejarse llevar. “No es ella, eres tú”, reparé al sentir la necesidad de seguir deslizando mis labios sobre su piel, “¡Que te pierdes!” y me detuve, temiendo haberme excedido de nuevo.
Salí de la cocina antes de cambiar de opinión, relamiéndome los labios y terriblemente tentada por la idea de regresar sobre mis pasos y continuar donde lo había dejado. Pero ya sólo podía cruzar los dedos y confiar en no haberme equivocado demasiado al tratar de ponerla en mi lugar. Así que me uní al resto de las chicas en el salón y me senté al lado de Lora en el sofá, a la espera de su reacción cuando volviera de la cocina.
Alcé una ceja, expectante, al verla aparecer. Y sonreí, ladina, al observarla buscando la atención de Lora.
- Touché – admitió al cruzar su mirada con la mía.
- Ven – la invité a sentarse a mi lado – Si pasé la noche en casa de Maite fue para hablar de ti y de lo que pasó y me quedé dormida. – pude contarle al fin.
- Secretitos en reunión son de mala educación – interrumpió Tanya.
- ¿Qué nos hemos perdido? – se añadía Diana.
- Sharleen pasó la noche con Maite – aireó Cloe
- En, joder, que he dicho en – corrigió Lora.
- Te ha faltado tiempo para contarlo ¿no? – le reprochó Isis.
- Tardabais tanto en la cocina. – justificó Cloe.
- Isis, ¿no estarás pensando que Maite y ésta? – insinuó Tanya desencadenando una carcajada general.
- Y qué quieres que piense de Maite – alegó sonrojada.
- ¿Y de mí? – dudé alarmada por su afirmación – Ya veo. – resolví ante su silencio.
Una pesada y creciente sensación de incomodidad me invadió por completo tras su falta de respuesta e hizo darme cuenta de cual era el verdadero obstáculo entre ella y yo; no nos conocíamos de nada más allá de lo ocurrido la noche del viernes.
Fui al dormitorio a por mi mochila, la chaqueta y la maldita camisa cuando tropecé con la bolsa de recuerdos que traje de Boston para las chicas. Tras comprobar que realmente Tanya y Diana habían resistido la tentación de abrir alguno de los regalos y sacar el de Maite para entregárselo por mi cuenta, un séptimo paquete, huérfano de destinatario y despojado de su significado mucho antes de mi regreso a Barcelona, me ofreció la oportunidad que tanto necesitaba con Isis.
- Casi se me olvida – le di la bolsa a Diana al salir de la habitación. – Tú misma. Me llevo el de Maite.
Frustrada por el desenlace de mi reencuentro con Isis, abandoné el piso rumbo a casa tal como había llegado; sin mirar atrás. Y durante el camino de vuelta, lo que quedaba de tarde y una vez metida en la cama, cuanto pude admitir con una certeza rigurosa y por experiencia propia, era que no había nada que hacer con Isis y su desconfianza. Porque fuera cual fuera su origen, ni estaba en mis manos ni dependía de mí.
Lunes por la mañana y absorta en mi precaria derrota y con un desmesurado cansancio acumulado a cuestas, opté por quedarme en casa y arrastrarme del sofá a la cama y de la cama al sofá según me lo iba pidiendo el cuerpo.
Martes al mediodía, consumida por el aburrimiento y hastiada de impotencia por Isis, decidí mantenerme ocupada y desempaquetar de una vez por todas, las cajas del trastero.
Miércoles por la tarde y mientras ordenaba los últimos embalajes, recibí un mensaje de texto de Lora invitándome a vernos; “Jueves, Lesway, 24h, te veo en la puerta.”
Así que el jueves por la noche a la hora acordada, esperaba en la puerta del local la llegada de Lora.
- ¡Ey, chica andante! Deberías entrar – me llamó la atención Ariadna desde los primeros escalones de la entrada – Tus colegas están a punto de tirarse del pelo – apremió.
Atravesé el vestíbulo en apenas tres pasos largos y bajé los escalones de dos en dos. Un pequeño corrillo con las primeras asistentes de la noche en la entrada del guardarropía cercaba la riña entre Maite y Lora, a base de reproches, insultos y aspavientos mutuos.
- Chicas, parad, por favor – Carol intentaba calmar los ánimos.
- ¡Eres una hipócrita! – atizó Lora.
- Le dijo el cazo a la sartén – se mofó Maite.
- Te voy a borrar esa sonrisita de un guantazo – cargó Lora subiéndose las mangas
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- ¡Lora, no! – llegué hasta ellas justo a tiempo para agarrar a Lora.
- Brava enana, brava. Muy maduro por tu parte. – replicó Maite.
- ¿Pero qué narices os pasa? – no lograba entender tal descontrol.
- A mi no me mires – alegó Carol – Estaba sacando las perchas cuando empezaron a gritarse.
- Vuelve a tu convento y deja de meterte donde no te llaman. – volvió a la carga Maite.
- ¿¡Que yo…!? ¡Tú te metiste primero animándola a que se tirara a Isis! – destapó al fin Lora
- Bueno, no exactamente… – quise aclarar sin éxito
- Claro, porque decirle a Isis que no se fíe de ella es muchísimo más sensato, ¿no? – interrumpió Maite.
- ¿Que le dijiste qué? – se me heló la sangre.
- ¿Ah, que no lo sabes? Entonces tampoco sabes la que lió para tu cena.
- Maite, basta – advirtió Lora.
- ¿Qué pasa caperucita, te ha pillado el lobo?
- No me tires de la lengua.
- ¡Tiro de lo que me da la gana, que bastante te he aguantado sin tener por qué hacerlo! – reprochó furiosa Maite – ¡Que me tienes hasta las narices con tus numeritos de santurrona malcriada y egocéntrica!
- ¡Perdón por echar de menos a mi mejor amiga!
- ¡Yo te echaba de menos a ti! ¡Que también era mi amiga y nos echaste de tu vida cuando más te necesitábamos!
- Chicas, dejadlo ya. – traté de poner paz antes de que fuera demasiado tarde.
- ¡Te acostaste con Yolanda! – sentenció Lora.
Una última bocanada de aire y los recuerdos encadenados a ese nombre empezaron a arder bravos e implacables bajo mi piel. Su rostro, sus ojos, sus labios, su voz, su perfume, sus caricias y sus mentiras. Absolutamente todas y cada una de ellas.
- Eres imbécil. – fue el último y amargo reproche de Maite.
- ¡Se acabó! – intervine severa con un leve empujón para Lora y la mirada clavada en Maite.
- Sharleen, yo nunca… – quiso explicar Maite.
- Cállate. No quiero escuchar ni una sola palabra más – masqué entre dientes. – De verdad que no os reconozco y me dejáis... –no encontraba las palabras. – Joder, si es que no se ni qué deciros.
- Lo siento, de verdad que lo siento mucho, yo sólo... – se excusó Lora.
- ¡Que ni una puta palabra más! – exigí – Ya habéis dicho más que suficiente.¡Y vosotras que coño miráis! ¡Aire, venga! – vociferé al corrillo de espectadoras mientras subía por las escaleras dejando atrás a Maite y Lora.
Me dejé llevar por una extraña e insoportable mezcla de sensaciones corroyéndome las entrañas hasta la barra del fondo, frotándome con una mano la frente y las cejas de manera compulsiva y apretando fuerte en un puño la otra.
- Una cerveza y un chupito de tequila – pedí una vez sentada en una de los taburetes.
En cuanto la camarera dejó el chupito me lo bebí, lo acompañé con un trago largo de cerveza y pedí otro. Necesitaba calmarme. Y poder separar de entre lo que acaba de escuchar, lo importante y lo insignificante. “Bueno, Lora me la tiene guardada, ya lo sabía y lo entiendo” empecé a ordenar mentalmente, “Pero decirle a Isis que no se fíe de mí, ¿por qué? ¿Y porque cree que Maite y Yolanda…?” se me cortó la respiración al volver a pensar en ella, “¡Mierda! No me fui para esto” y sumergí su recuerdo en el segundo tequila.
- Otro, por favor. – insté repicando el vaso de chupito contra la barra.
- Dos. Y otra cerveza – se unió Maite. – Sabes que nunca le tocaría un pelo, ¿verdad?
- Por favor, Maite – y sacudí la cabeza intentando alejar aquel pensamiento de mi mente – ¿Pero por qué narices Lora cree que sí?
- Mira, Sharleen, todas lo pasamos mal cuando te fuiste y algunas lo entendimos mejor que otras. Pero Lora hizo de tu marcha algo personal.
- ¿Qué tiene eso que ver?
- Pues que se encerró en si misma, empezó a enfadarse por todo y cuanto más intentaba acercarme a ella más me alejaba, sobretodo si hablábamos de ti.
- ¿Por eso rompisteis? ¿Por que me fui?
- Bueno, te perdí de la noche a la mañana y estaba perdiéndola a ella también. Quien mejor que Yolanda para entenderme. Y a quién entender.
- Y pensó que entre Yolanda y tú había algo.
- Yo se lo dije. – afirmó echándose las manos a la cabeza. – Ya no lo soportaba más. Me estaba matando verla tan hecha polvo y no poder llegar a ella.
-¿La usaste de detonante?
- Bingo.
- ¡Joder Maite! – le propiné un empujón en el hombro – ¡Eres …eres…joder! ¡Si lo sé dejo que te abofetee!
- Hay más – confesó a media voz – Cuando Lora ha llegado esta noche me ha visto hablando con ella. – soltó de carrerilla – Yolanda está aquí.
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