13. EL PASADO NUNCA MUERE





Observaba a Yolanda mientras recibía a Isis en la puerta de entrada, valiéndome de toda la atención posible que sobrevivió al recelo inicial de sospechar que sabía lo mío con Isis, en busca de algún gesto por su parte que lo confirmara. En especial, aquellos pequeños detalles que para bien o para mal solían delatar a Yolanda y que conocía muy bien, como alzar el mentón, afilar la mirada, una breve pero sentida exhalación de más o jugar con la punta de la lengua sobre uno de sus colmillos, pudiendo llegar a repicar varias veces la punta de su pie contra el suelo si la situación la tenía realmente molesta. Pero lejos de toda expectativa y fiel a su natural inexpresividad, Yolanda se mostró incluso cordial. Por lo contrario, Isis, nos dejó boquiabiertas con una serie de muecas a cada cual más extravagante que la anterior.

- No lo sabe – afirmé sorprendida – No tiene ni idea

- Cobra, cobra, cobra – susurró Maite – ¿Qué demonios ha sido eso? – le preguntó a Isis cuando llegó hasta nosotras.

- ¿Eso? Culpa tuya, por hacerte caso – rechistó y me dio un beso con total normalidad. ”Ah, esa cobra” entendí tarde.

- Hola a ti también – y Maite besó a Isis en un intento por desacreditar su saludo conmigo.

- No era necesario – protesté en voz baja, porque Yolanda permanecía en la puerta dando la bienvenida al resto.

- ¿Qué? ¿Tú también quieres uno? – y Maite me dio otro a mí.

- Iba a acercarme a saludar, pero paso – objetó Sasha – Sharleen, ¿podemos hablar? – recogí mis cosas del sofá y las acompañé a la habitación.

- ¿Vais a contarme qué sabéis? – me miraron sorprendidas – Oh, vamos, tú no te has extrañado cuando te ha dicho que Maite no la engañó – le dije a Isis – Y Sasha, no te ha extrañado que no se extrañara, así que, ¿Qué sabéis?

- Íbamos a preguntarte lo mismo – planteó Sasha.

- Volví hace una semana – repliqué – ¿Qué voy a saber?

- ¿Algo de antes de marcharte, quizás? – sugirió Isis

- Más le vale – afirmó severa Tanya entrando en la habitación e increpándonos con la mirada para que saliéramos.

- Sólo quiero hablar con ella, joder – protestó Lora.

- Ya te lo he dicho, puedes decirme lo que quieras delante de las chicas – expuso Maite.

- ¡Tú! ¡Todo esto es por tu maldita culpa! – estalló Lora al verme salir de la habitación.

Yolanda dio un paso al frente y detuvo la furiosa trayectoria de Lora con una simple mirada. Esa mirada de nuevo, saturada de intransigencia y desprecio que volvía a escapárseme de todo entendimiento.


- Para que quede claro de una vez por todas y por si alguien más se lo está preguntando; no sé nada. ¿De acuerdo? No tengo ni la más mínima idea de lo que está pasando – quise aclarar con la mirada del resto puesta en mí.

- Que has vuelto – acusó Lora.

- No te ha importado lo más mínimo mi vida los últimos cinco años, ¿Por qué te importa ahora tanto que haya vuelto? – no entendía su resentimiento.

- Porque sabía que esto pasaría, sabía que traerías contigo toda tu mierda.

- Que… Mi mier… – tuve que morderme la lengua – Vale, lo entiendo. Es por lo de anoche. Me metí donde no me llamaban. Lo siento.

- Lo entendemos todas – medió Diana – Pero cualquiera de nosotras nos habríamos metido si lo hubiéramos sabido antes.

- ¿En serio os vais a tragar que esto es por lo de anoche? – intervino Tanya – Lleva molesta desde que supo que Sharleen volvía.

- Lleva molesta desde que se fue – corrigió Cloe.

- Y como siempre, todas bailando a tu son – se mofó Lora.

- Me pareció lo correcto, creí que era justo que supieras la verdad – alegué y el resto asintieron.

- ¿La verdad? Bien, tengo unas cuantas verdades para todas – amenazó Lora

- Lora, no… – intentó detenerla Isis.

- Tanya, tú querida Diana se ve desde hace meses con Lucía. Cloe, Sasha se va de Erasmus este verano. Maite, ay Maite…

- Lora. Ya es suficiente. – advirtió Isis

- Oh, cierto. Yolanda, ella es Isis, el nuevo juguete sexual de Sharleen. Isis, ella es Yolanda, la ex-zorra de Sharleen. Y para ti, la verdad de la que huiste. Pobrecita Sharleen – empezó a relatar en tono burlón – Que una buena mañana fue a ver a su enamorada y la muy golfa estaba con otra.

- ¿Has terminado? – maldije a todos sus antepasados mentalmente.

- Veamos, cuernos, mentira, cuernos, juguete sexual, zorra – enumeró – Tienes la puerta al fondo, puedes salir corriendo cuando quieras.

- Siento fastidiarte la fiesta, Lora, pero yo no me fui porque Yolanda estu – me detuvo en seco al darme cuenta de que sus palabras no tenían ninguna lógica.

Ni lógica ni sentido. Porque Lora no debería saber lo que dijo. Era imposible. “¿Lo es?” llegué a dudar. Rebusqué en mi mente si pude haber contado de más en algún momento. E inevitablemente, quedé atrapada en el recuerdo de lo sucedido aquella mañana cuando, arrastrada por la angustia de haber caído en el único error que jamás debí cometer, fui a ver a Yolanda a su apartamento. Y tal como dijo Lora, la encontré con otra. Pero eso fue lo de menos. Porque no se trataba de lo que hizo Yolanda, sino del motivo que me llevó hasta allí y lo que estaba dispuesta a hacer yo por ella. Una humillante culpabilidad que decidí llevar conmigo y sólo conmigo. Así que nunca dije una palabra de lo ocurrido a nadie. Con la certeza de que nadie era realmente nadie.

- ¿Cómo sabes tú eso? – no lograba comprender cómo demonios se había enterado.

- Ya no te gusta tanto la verdad, ¿hum? – desafió Lora.

- Me sobra uno – interrumpió Cloe – Tanya, Isis, Yolanda y yo son cuatro – contó con su mano izquierda – Y ha dicho cinco – levantó la derecha al aire y empezó a contar – Cuernos, mentira, cuernos, juguete sexual y zorra ¿no?

- Cloe, ¿en serio? – reprendió Tanya

- Pero es que me sobra uno – insistió convencida.

Mientras el resto intentaba cuadrar las cuentas, desde mi esquina del salón reparé en la botella de vino tinto por pura casualidad, el vino de importación que trajo Yolanda, el mismo que tomé la primera noche con Maite. ¿Qué posibilidades había para tan fortuita coincidencia? Y de principio a fin, todo encajó; la completa desaparición de Lora durante mis últimos días antes de marcharme, su silencio los últimos años, la cambiante actitud desde mi vuelta y la indescifrable mirada de Yolanda. Cómo si no iba a saber Lora qué ocurrió esa mañana si no fue porque estuvo allí.

- No te sobra nada. Madre mía, llevas tanto tiempo con la cabeza metida en tu propio culo, que ya no distingues de quien es la mierda en la que te ahogas – le dediqué a Lora.

Cogí el paquete de tabaco de Maite, salí por la puerta del balcón, me apoyé en la barandilla y agarrada a ella, peleé contra una rabia creciente en mis entrañas, fiel a la idea de que aquello pasó hacía demasiado tiempo y que si en su momento no tuvo importancia, ahora aún menos. Por más que saber que la zorra a quien siempre quise dar las gracias por abrirme los ojos resultaba ser mi amiga y eso me estuviera despedazando el alma trozo a trozo. Un pedacito por cada instante que me llevó a tomar la decisión de mi marcha.

- Dime que no lo sabías, por favor, Maite, dime que no sabías nada de esto – le supliqué al reparar en su presencia detrás de mí.

Pero no obtuve respuesta. Me giré hacia ella alertada por su silencio y la vi apoyada contra la pared, con una mano tapándose la boca y otra sobre su vientre, silenciando su propio llanto.

- Estoy bien, estoy bien – inspiró profundo, se secó las lágrimas y retomó la compostura – Tanto tiempo sintiéndome mal por dejar que pensara que la había engañado y la cornamenta es mía – perdió la mirada hacia el cielo y cazó un par de lágrimas que se le escaparon con la yema de sus dedos – Mierda, no quiero llorar por esto. No se lo merece. Y Yolanda tampoco, ¿me oyes? Ni se te ocurra dedicarle una sola lágrima más a esa mujer – sentenció resentida.

- Descuida – avalé – No te parece irónico que donde todo empezó, sea donde todo termine.

- ¡Me parece una puta mierda! ¿Y sabes que más me parece una puta mierda? – se le ahogó la voz – Pensé que después de contarle la verdad podríamos arreglar lo nuestro – se arrancó a llorar de nuevo. La rodeé con un brazo y la achuché contra mí. Y recordé la última vez que estuvimos en ese balcón y ella me sostenía a mí mientras me deshacía en un mar de lamentos – ¿Qué vamos a hacer?

- Esconder sus cuerpos donde nadie pueda encontrarlos – tiré de sarcasmo.

- Imbécil – conseguí arrancarle una sonrisa.

- No lo sé, Maite – confesé insegura y tragué garganta abajo el enfado que me producía pensar de más.

- ¿Por qué no me lo contaste?

- Porque fue lo de menos y no cambia nada de lo ocurrido – me miró reacia – No me mires así, sabes que nunca me importó que Yolanda se acostara con otras.

- ¿Aunque fuera con Lora? – reprochó disgustada.

- ¿Tú qué crees? – pero al ver que dudaba y temer su respuesta, le tiré el paquete de cigarrillos – Métete uno en la boca antes de cabrearme – se encendió uno para ella y yo me hice con otro para mí – Isis lo sabía. Y no ha dicho nada.

- Creo que te equivocas – afirmó de cara hacia el interior del piso – Si algo así no cambia las cosas, me pregunto qué lo hará. Y la verdad, no quiero saberlo. Esto es suficiente para mí. – condenó tajante.

Terminamos de fumar las últimas caladas en silencio y volvimos al comedor dispuestas a recuperar el control de la situación y en el caso de Maite, también de su piso. En el mío y aparte de querer respuestas, intentaría alejar a Isis de lo que estaba por venir y afrontaría en otro momento su encubrimiento.

- Maite – reclamó Lora su atención.

- Ni se te ocurra – la acalló Maite, sacó las cosas de Lora de la habitación, recuperó las llaves de Yolanda y tras tirarle su chaqueta y su bolso encima, la echó – Fuera.

- Maite, por favor – medió Diana.

- ¿En serio? ¿Sigues defendiéndola? – azuzó Maite – Porque puedes irte con ella – Diana se encogió de hombros y resignada, fue a por sus cosas y las de Tanya.

- Yo me quedo – Tanya dio un paso atrás – Te veo en casa más tarde.

- Yo también – enunció Sasha – No te veo en casa, digo que me quedo.

- ¿Sasha? – protestó Cloe tras seguir los pasos de Diana y salir cargada de la habitación.

- Tengo una última verdad para ti, Lora. Has conseguido lo que una década no, separarnos. Enhorabuena – le eché en cara.

- Chicas, vamos, no hagáis esto – intercedió Isis

- Vete – vi mi oportunidad – Te pregunté si sabías algo.

- ¿Sharleen?

- No te quiero aquí. – me mantuve firme en que lo mejor para ambas era que se fuera.

Demasiado firme, quizás. En cuanto su mirada se cruzó con la mía me arrepentí al instante de la crudeza de mis palabras y mientras la veía marcharse, recé a todas las diosas que conocía para que entendiera por qué lo hacía.

- Veamos si lo he entendido bien – tomó la palabra Tanya – Yolanda, ¿te acostaste con Lora?

- ¿Pero qué narices pasa contigo? Era Lora, joder, Lora – se encendió Maite – Empieza a explicarte Yolanda, porque te juro por Dios que más te vale tener una muy buena explicación para esto.

- Qué quieres que te diga, Maite, ¿Que nos encontramos en el Imagine y se nos fue de las manos? Por favor – desdeñó Yolanda – Lora me llamó, le dije dónde estaba y vino a por mí con las ideas muy claras. Tú mejor que nadie deberías saber lo convincente que puede llegar a ser cuando quiere algo y lo que quería era acostarse conmigo.

- ¿Por qué haría Lora algo así? – preguntó Sasha.

- Por que aquella tarde nos peleamos. – Maite se echó las manos a la cabeza – Sharleen pasó la semana aquí y no le hizo ni puñetera gracia. Pensó que pasaba algo entre nosotras otra vez y cuando me lo contó, pues, bueno, me hizo gracia, la verdad. Discutimos, se fue y no volví a verla hasta el lunes. Y ya todo fue cuesta abajo.

- ¿Todo por una pataleta de Lora? – conjuró asombrada Tanya – Increíble.

- Lo siento – se disculpó Yolanda, fue a la habitación y mientras guardaba las llaves en su bolso, cerré la puerta detrás de mí.

- No creas ni por un segundo que voy a tragarme esa mierda – sujeté su mirada desafiante – ¿Qué, Lora se te puso caprichosa y no pudiste resistirte? – se mantuvo en silencio – Teníamos normas para que algo así no pasara jamás. Así que la pregunta es si dejaste que pasara o hiciste que pasara.

- No me hables de normas, Sharleen. Tú las rompiste primero.

- Cometí un error.

- El único error que te pedí que no cometieras nunca.

- Y he pagado por él mucho más de lo que valía.

- Está claro que ambas lo hemos hecho.

- Vete al infierno – salí de vuelta al comedor.

- ¿Dónde crees que he estado todo este tiempo? – me siguió. – Preguntándome cada condenado día por qué te fuiste. O si ibas a volver.

- Te acostaste con Lora.

- No lo sabías.

- ¿Chicas? – se preocupó Sasha

- Está mintiendo – acusé a Yolanda – ¿De verdad os creéis que Lora se le echó encima y no pudo pararla?

- Bueno, tú tampoco nos lo estás contando todo – reavivó Tanya la duda sobre mi marcha.

- Así que ella se tira a Lora y me pedís explicaciones a mí. Vale, ¿a quién tengo que follarme yo para que le carguéis el muerto a otra? – protesté sin pensar – Lo siento. Estoy muy, muy, muy cansada y ha sido un día realmente largo y agotador – recogí mi móvil y fui a la habitación a por mis cosas – Lo siento – me disculpé de nuevo y puse rumbo hacia la puerta de entrada. Yolanda alargó la mano para detenerme al pasar por su lado y la rechacé de un manotazo – No vuelvas a tocarme.

Salí de casa de Maite, crucé el rellano y baje las escaleras hasta la calle como alma que lleva el diablo, avasallada por mi propia conciencia por haber estado tan cerca de perder los papeles. Y por ella. Pero es que tenía la excepcional capacidad de ser la única que además de poder, también sabía cómo sacarme de mis casillas. Anduve un par de calles antes de lograr centrarme en lo que realmente debía importarme; contactar con Isis inmediatamente y solucionar lo antes posible la manera en la que la eché. Explicarle que aunque me escamó su silencio, mi única intención fue alejarla de aquello. Así que saqué el móvil, empecé a escribirle un mensaje de texto y al completar el destinatario, caí en la cuenta de que no tenía su número. Guardé el borrador, abrí la agenda y me saltó la alerta de batería baja en la pantalla del móvil. “Oh, que sí”, acepté la alerta y busqué a Diana en el listín para llamarla. Me coloqué el teléfono entre la oreja y el hombro para sujetarlo mientras rebuscaba donde habían terminado mis llaves de casa.

- Diana, hola, sí, necesito – pitó la alerta de batería – ¿Diana? Sí. Que necesito el número de Isis – un pitido de nuevo – ¡Ah! ¡Cállate de una vez! – le grité al móvil y en respuesta, se apagó – Pero como te odio.

Al menos encontré las llaves y pude entrar en casa. Y lo primero fue hacerme con el fijo, retomar la llamada con Diana y conseguir el número de Isis. Lo segundo, enchufar el móvil y mandarle el mensaje. “¿Dónde narices te he dejado?” no encontraba el cargador por ningún lado. “¿Qué hacía la última vez que te vi?” quise ubicarlo en el tiempo. “Genial”, refunfuñé al recordar que andaba deshaciendo las cajas del trastero y guardando las cosas sin orden alguno según cabían. Revolví absolutamente cada cajón, estante y armario y ni rastro. Intenté encender de nuevo el móvil a ver si con un poco de suerte aguantaba lo justo para darle a enviar pero lo único que conseguí fue un último e irritante pitido. Lancé el móvil contra la pared haciéndolo estallar en cada una de sus partes y me dejé caer a los pies del sofá. Y ahí estaba, justo lo que quise evitar toda la tarde y al final y por un estúpido cacharro, me derrotó; la rabia atragantada en la boca de mi estómago desde que até cabos entre Yolanda y Lora. Incapaz de entender cómo o por qué llegó a ocurrir algo así. ¿Fue por mi estúpido error? ¿Un castigo de Yolanda por haberme saltando las reglas? ¿O fue una simple consecuencia que no tuve en cuenta en su momento? “No, no, demasiado personal para ser algo aleatorio”, descarté. Y ridículamente impulsivo y emocional tratándose de Yolanda. “Basta” me obligué a dejar de darle vueltas al tema, “Que fuera con Lora, no cambia nada” me recordé, “Si no importó entonces, ahora aún menos”.
Apoyé la mano en el suelo para levantarme y volver a servirme del fijo cuando note algo bajo la palma. “No te puedo creer”, di con el extremo del cable del cargador, conectado a uno de los enchufes de detrás del sofá y recordé que lo puse ahí para no tropezarme mientras iba de un lado a otro del comedor. Intenté en vano recomponer mi móvil y aunque pude ensamblar todas las piezas, la pantalla pasó a mejor vida, así que llamé a Isis desde el fijo. Esperé los nueve tonos hasta que saltó su buzón de voz.

- Hola, soy Sharleen. Siento lo que ha pasado antes y quiero contártelo, por favor. Llámame cuando puedas.

Comprobé la hora al colgar; 18:47. Y seguí comprobándola compulsivamente cada diez minutos, impaciente por no saber nada de ella. Volví a llamar cerca de las diez de la noche. Y otra vez, el buzón de voz.

- Vuelvo a ser yo. Había pensado en cenar juntas y poder hablar pero me da que se ha hecho un poco tarde, así que, si quieres desayunamos mañana. Buenas noches.

No pegué ojo en toda la noche, saltando de un extremo emocional a otro a la espera de noticias suyas o de una hora decente para llamar. Probé de nuevo poco después de las ocho de la mañana.

- Buenos días. Voy a intentarlo una última vez; cena, conmigo, hoy, en mi casa, estaremos tranquilas y podremos hablar de todo. ¿Sobre las siete? – dejé mi dirección, colgué y me repetí que era la última vez.

Pasaban cinco minutos de las nueve de la noche y decidí guardar la cena en la nevera y rebajar la amarga decepción que me consumía por su ausencia con el vino que compré, cuando sonó el timbre de casa. Y al abrir la puerta; mentón alzado, mirada afilada, una breve exhalación y la punta de la lengua jugando sobre uno de sus colmillos. “Oh, mierda”, repicó la punta de su pie contra el suelo.