14. ALEA IACTA EST





Cabizbaja, arrepentida y profundamente intimidada por la frialdad con la que Sharleen me echó, no pude contener las lágrimas en cuanto cerré la puerta detrás de mí. E incapaz de dar un simple paso para seguir a las chicas sin lograr ver donde pisaba, me senté en el primer escalón del rellano. Había metido la pata hasta el fondo y lo sabía, pero que a parte de aceptar las consecuencias no pudiera hacer nada al respecto, me estaba demoliendo. Eso y saber que aquella fría y endiablada mujer era su ex. Como si haberme llenado la boca hablándole de confianza y caer víctima de mis propias palabras no fuera suficiente, también me las tenía con las suyas; “Me fui por una chica. Para alejarme. Para olvidarla. Me enamoré como una cría.”

- Isis, ¿vienes? – escuché a Diana a través del hueco de la escalera.

Me sequé las lágrimas, me aseguré un punto de apoyo firme agarrada a la barandilla y me reuní con las chicas en el portal.

- A ver qué os parece; compramos algo de cena, os venís a casa y esperamos a que venga Tanya, que nos cuente como ha quedado el tema antes de volvernos locas cada una por su cuenta, ¿sí? – Diana empezó a andar sin esperar respuesta y la seguimos cual grupo de polluelos.

Llegamos al piso cargadas como mulas, con comida para alimentar una legión entera, bebidas para todos los gustos, aperitivos para meses de vermut y chocolate en todos los formatos disponibles, guardamos la compra en la cocina y preparamos lo que cada una quería y lo que queríamos para todas; un variado surtido de encurtidos, patatas fritas y frutos secos dispuesto sobre la mesita central del comedor. Y en mi caso, una generosa copa de vino. Necesitaba un trago. Seguía necesitándolo. Ya que mi último intento quedó abandonado en casa de Maite. Intacto. Pero cuando me uní al resto en el salón, me di cuenta de que íbamos a necesitar mucho más que copas de vino, refrescos y aperitivos para empezar a solucionar lo que había ocurrido. Si había solución. Y si estaba en nuestras manos. Permanecimos en riguroso silencio sin que ninguna se atreviera a abrir la boca, cruzando nuestras miradas furtivamente de una a otra y para cuando Diana quiso hacerse cargo de la situación, llegaron Tanya y Sasha.

- Cariño, vengo con Sasha – las escuchamos entrar – Madre mía, si lo sé, me vuelvo contigo – llegaron hasta el comedor

- Al final te veo en casa – saludó Sasha.

- ¿Cómo ha ido? – se interesó Diana cediéndole sitio en una de las butacas a Tanya

- Pues, por lo visto, la otra parte de la historia es que aquella noche y después de una pelea con Maite, aquí la crack – señaló a Lora – quedó en el Imagine con Yolanda, que dice, con un par la tía, que se le puso insistente, ¿sí?

- Sí – afirmó Lora

- ¡En qué coño estabas pensando! – saltó Tanya

- En el suyo, evidentemente – se unió Sasha – Tía, deja de acostarte con las chicas de Sharleen. En serio.

- Primero, no me tiré a Maite. Y segundo, ¿por un perro que maté mataperros me llamaron? – replicó Lora

- Pues no habían perras y te vas con Yolanda. – desaprobó Diana.

- No con, sino a por. Fue al Imagine a por Yolanda – puntualizó Tanya.

- ¿Y qué creéis que hacía Yolanda allí? ¿Pensar sobre lo transcendental de su vida? Que si no hubiera sido yo hubiera sido cualquier otra – justificó Lora

- Eso ya lo sé y por eso mismo te libras – cargó de nuevo Tanya – Porque llego a enterarme de que Sharleen se fue por una de tus estúpidas rabietas y te crujo hasta el d.n.i.

- ¿Es que os ha contado por qué se fue? – preguntó Diana

- No. Pero ha quedado claro que no sabía nada – explicó Tanya – Además, tiene razón. Era un secreto a voces lo que se traían Sharleen y Yolanda entre manos, así que ese no fue el problema.

Me dejé caer sobre el respaldo del sofá con la copa de vino entre las manos y me la fui bebiendo tranquilamente mientras observaba a las chicas tanteando la misma duda una y otra vez, sin llegar a comprender a qué le daban tantas vueltas; si Yolanda era la ex de Sharleen, ¿no sabían que se fue por ella? Y si no era su ex, ¿de quién narices se enamoró Sharleen? ¿Es que volvía a saber de más? ¿O de menos? Porque cuanto más repetían las chicas frases como que Yolanda se viera con otra era lo de menos o que era lo que se traían entre manos, menos me encajaban las palabras de Sharleen.

- ¿Soy la única a quien esto le suena raro? – dudó Cloe – Que hablamos de Yolanda. Con Lora. ¿Qué, se le puso burra y no supo decir que no?

- Eso mismo ha dicho Sharleen – añadió Sasha – Y a mí también me ha parecido extraño.

- ¿Hola? Estoy aquí. – reivindicó Lora.

- ¿Cuánto tuviste que insistirle? – planteó Tanya

- ¿En serio? – se molestó Lora – Que os den.

- No, no, Tanya tiene razón – avaló Diana pensativa – ¿Y si fue al revés? Si fue Yolanda quien sacó partido de tu bronca con Maite y no tú de lo que tenía con Sharleen.

- ¿Por qué haría Yolanda algo así? ¿Y a Sharleen? – opuso Sasha

- Pues ni idea, pero si algo consiguió sacar a Yolanda de sus casillas como para hacerle eso a Sharleen, bien podría ser el mismo motivo por el que se fue – argumentó Tanya

- Oh, por Dios, si vuelvo a escuchar una sola vez más la misma pregunta de por qué se fue Sharleen, no respondo – intervine hastiada – Se fue por Yolanda.

- Eso ya lo sabemos – replicó Sasha

- Se fue porque se enamoró de Yolanda – insistí y se miraron entre ellas sorprendidas por mis palabras – ¡Ay! Que no hagáis eso, de verdad que no sabéis lo irritante que es.

- Te mato – saltó Tanya de la butaca a por Lora – ¡Yo te mato!

- ¡Y yo que sabía! – se defendió Lora huyendo del sofá por encima de mí lejos del alcance de Tanya.

- ¡Es que te crujo! – Tanya perseguía a Lora alrededor de la mesita central – ¡Debiste irte tú! ¡Y bien lejos!

- ¡Joder, cómo iba a saberlo! – esquivaba Lora – ¡Que es Sharleen! ¡Ella no se enamora, recuerdas!

- ¿De qué estás hablando? – interpuse mi cuerpo en medio y las detuve – ¿Cómo que Sharleen no se enamora? – repetí sus palabras burlona – ¿Cómo no va a enamorase?

- No es que no se enamore. Es que nunca se ha enamorado – matizó Diana – O se había enamorado, visto lo visto

- Y lo hace de Yolanda – censuró Sasha – Menuda puntería

Decir que se paralizó el mundo a mí alrededor, es poco. ¿O fui yo? Que pasé de no poder a no querer entender nada. Porque había pasado la noche y la mañana con ella. Y ahora resultaba ser una de esas chicas. De las que saltan de cama en cama porque son espíritus libres con mucho amor para todas, en el mejor de los casos, o de las que viven a la sombra de algún tipo de trauma incapaces de establecer lazos sentimentales con otras féminas, en el peor de ellos. “¿Cómo pude no verlo?” me recriminé. “Porque se quedó”, reconocí, “estaba en casa cuando desperté”. Así de simple le resultó ganarse mi confianza. Pero seguía sin cuadrarme nada. ¿Quién se queda a la mañana siguiente si no es porque quiere algo más? Además, si se había enamorado una vez, porque no volver a hacerlo. Aunque no hubiera por dónde empezar a comparar a su ex conmigo. Esa exuberante mujer y la extraña sensualidad de su indiferencia, si hasta la forma de sus lóbulos era ridículamente perfecta. Y aun así, huyó de ella.

- Isis, sea lo que sea lo que te ha dejado blanca, no es lo que crees – me llamó la atención Diana

- ¿Es que a ninguna se os ocurrió comentarme nada? ¿Algo en quince días? – les reproché

- Yo lo hice – admitió Lora en voz baja.

- Y yo – se sumó Sasha

- Yo alucino – interrumpió Tanya – ¿Se puede saber desde cuando le comemos la cabeza a alguien sobre con quien tiene o no tiene que estar?

- ¡Desde que la otra es una golfa corazón de latón! – reclamé

- ¿Y tú desde cuando te cuelgas por alguien en quince días? – replicó Tanya

- ¡Yo no estoy colgada de nada! – protesté en vano, porque la expresión de las chicas era de absoluta incredulidad mucho antes de poder terminar la frase – ¡Se tiró a Yolanda! – desvié la atención sobre Lora, cogí mi copa y huí a la cocina.

Sí, lo sabía, estaba sacando las cosas de lugar. Y todo por esa aparatosa y constante sensación a velocidad sin control, a caída libre, a la más completa ingravidez en mi vientre cuando se trataba de Sharleen. Una montaña rusa de deseo e inseguridad. Sin punto medio. Y realmente agotador.

- Ey – entró Diana en la cocina

- Ahora no, Diana

- Me ha pedido tu número – se ganó mi atención – Sharleen me ha llamado cuando estábamos comprando y me ha pedido tu número – repitió con una sonrisa en los labios.

Salí disparada de vuelta al salón y directamente a por el bolso para comprobar mi teléfono móvil. Pero Diana me lo quitó de las manos apenas lo cogí.

- Devuélveme mi bolso – exigí

- No. Por qué te habré dicho nada. – refunfuñó Diana. – Déjalo aquí y si se pone en contacto lo oirás.

- Si es por Sharleen puedes esperar sentada – afirmó Tanya – Se ha largado cabreada después de la bronca con Yolanda, así que tardará en calmarse.

- Ves. Cuando esté preparada te dirá algo. Dale tiempo – argumentó Diana.

Aunque una parte de mí se sintió realmente frustrada y ya temía por la que me esperaba hasta que Sharleen decidiera ponerse en contacto conmigo, otra sonrió malvada al saber que se las tuvo con Yolanda. Así que renuncié a mi bolso, le cedí la custodia a Diana y opté por mantenerme ocupada, lejos del agrio ambiente que se respiraba en el salón, uniéndome a Tanya en la cocina para preparar la cena. Y después de cenar, una sesión de cine, un par de batallas al Guitar Hero, unas manos al póquer y unas rondas de Ocalimotxo. Cualquier cosa con tal de alargar el momento de vérmelas sola ante el silencio y la espera de Sharleen. Y por lo visto, no era la única a quien la idea de vérselas por su cuenta le repelía tanto como a mí; Lora también se sumaba compulsivamente a juego tras juego tras conversación tras cualquier actividad que la mantuviera distraída de su evidente sentimiento de culpabilidad. Pero pasadas las dos de la mañana, las chicas empezaron a caer rendidas por el sueño.

- Chicas, la compañía es grata pero grata se tiene que ir – anunció Sasha – Ya no veo los dados de sueño.

- Quedaros a dormir – propuso Diana – Abrimos el sofá, sacamos el colchón hinchable y pasáis aquí la noche.

- Con todas las partidas que has perdido no estás para coger el coche – alegó Tanya

Para cuando Sasha quiso rebatir lo conclusión de Tanya, Lora ya había abierto el sofá-cama y yo arrastraba el colchón a medio hinchar hasta el centro del comedor. Lanzamos una moneda al aire para sortear quien dormía donde y antes de darme cuenta, Cloe y Sasha roncaban en el sofá, Lora se había apoderado de más de la mitad del colchón y de la manta y yo me las tenía por conseguir cinco minutos de sueño. Porque cada vez que cerraba los ojos me parecía escuchar mi móvil. O volvía a mi mente el momento en el que Sharleen me había echado.
Abandoné el colchón con la primera luz del día entrando por la ventana, me arrastré hasta la mesa del comedor donde las chaquetas y los bolsos de todas habían pasado la noche y observé el montón un buen rato mientras contenía las ganas de lanzarme a por mí móvil. “Es mi móvil y hago con él lo que quiero”, hundí ambas manos en la pila de ropa.

- ¿Buscas algo? – me pilló Diana con mi bolso cruzado sobre su hombro por encima del pijama.

- Creí que había quedado claro que no debías agobiarte – se unió Tanya – ¿Has dormido algo? – negué con la cabeza – Café para tres, entonces. – fue a la cocina.

- ¿No os habré despertado?

- Que va – Diana se sentó a la mesa conmigo – Tampoco hemos pegado ojo. Estamos preocupadas por Sharleen – me alerté – Siempre ha sido reservada y desconfiada por naturaleza pero pensábamos que confiaba en nosotras. Pero si es cierto que se enamoró de Yolanda y tuvo que marcharse al otro lado del mundo para superar o dejar atrás lo que fuera que pasara entre ellas, ¿Dónde nos deja eso a nosotras? ¿Por qué no nos dimos cuenta? ¿Y por qué no nos contó nada?

- Así que nos hemos pasado la noche dándole vueltas a qué narices hacíamos cuando eso ocurrió – volvió Tanya con tres tazas de café – Pero hemos decidido aplicarnos el mismo consejo que te dimos y vamos a darle tiempo y espacio y cuando quiera, si lo hace, que cuente con nosotras.

- ¿Creéis que Yolanda pudo hacerle algo? ¿Algo malo?

- Para nada – negó convencida Diana.

- Yolanda puede parecer y ser muchas cosas pero nunca le haría daño a Sharleen. Al menos, no a propósito – expuso Tanya – Por eso nos preocupa qué pudo pasar

- Le dais demasiadas vueltas – se levantó Sasha – ¿Queda café para mí? – Tanya fue a por una taza para ella y se sentó a la mesa con nosotras – Hemos tenido la respuesta de su marcha delante de las narices todo este tiempo y ni siquiera se nos pasó por la cabeza que pudiera tratarse de algo tan normal como haberse enamorado – tomó un trago de café bajo nuestra atenta mirada – Ni tuvimos en cuenta de quién lo hizo. Porque todas huiríamos lo más lejos posible si cuando al fin nos enamorásemos de alguien, lo hiciéramos de alguien como Yolanda, ¿no?

- Si Lora no se hubiera metido en medio, se habría marchado de todos modos – planteó Diana


- Eso no quita que lo que hizo fue una cagada de las buenas. ¿O nos hemos olvidado de Maite? – replicó Tanya

- He soñado con una teoría para todo esto – se unió Cloe – ¿Y si se juntaron el hambre con las ganas de comer? – robó un sorbo del café de Sasha

– Y Yolanda se aprovechó de Lora tanto como Lora de Yolanda.

- Pero volvemos a la casilla de salida; ¿Por qué le haría Yolanda algo así a Sharleen? – preguntó Tanya y Sasha repicó la punta de su dedo índice contra la nariz

- Porque Yolanda se enamoró – resolvieron al unísono

- No va a llamar – admití en un suspiro – No va a decirme nada. O no lo que espero que me diga. Lo que deseo que me diga – empecé a confesar sin control – Porque, bueno, están enamoradas y ahora que ha vuelto arreglaran lo suyo y yo sólo seré una noche de bienvenida que se alargó demasiado. Pero una noche al fin y al cabo.

- Toma. Llámala – Diana dejó mi bolso encima de la mesa – Ahora

- ¿Cariño, no es esto de lo que hemos hablado, no? – invocó Tanya.

- Fue culpa nuestra. Le dimos tanto espacio y tiempo que terminamos dejándola sola – sentenció Diana – ¿Y si está esperando a que Isis la llame? Y no lo hace porque nos estamos metiendo. Por volver a equivocarnos.

- No lo entiendes. Ya me está bien – acepté – Mejor ahora que dentro de unas semanas o unos meses, mejor mantener intacta esta noche con ella que dejar que se estropee por querer más.

- Trae – Tanya se hizo con mi bolso y empezó a buscar en su interior – La llamó yo y se acabó.

- No, por favor – recuperé mi bolso – No.

Por supuesto, mi súbita rendición no se debía exclusivamente a lo que ocurría, ocurrió y podía ocurrir entre Sharleen y Yolanda. Sino a que, quizás, era yo quien no estaba preparada. Quizás, era yo quien necesitaba de tiempo y espacio para pensar sobre lo mío con Sharleen. Sobre cuánto me iba a costar tener algo con ella o el precio a pagar si renunciaba a ello. Si por el momento, lo mejor sería dejarlo tal cual. Al menos, hasta que las cosas se calmaran un poco y no me viera en medio de nada más otra vez.
Así que con mi rotunda negativa sobre la mesa y algún que otro estómago rugiendo, las chicas optaron por desayunar y centrarse en sus pasados, presentes y futuros papeles respecto a lo sucedido. La última afirmación de Diana sobre su parte de responsabilidad no dejó indiferente a nadie y a eso le estuvieron dando vueltas hasta bien entrado el mediodía. Comprobamos que Lora aún respiraba antes de salir a comer y cuando volvimos, la encontramos entre confundida y asustada al despertar en la más absoluta soledad. Tomamos una nueva ronda de cafés en casa, la pusimos al día sobre lo discutido mientras dormía y cerca de las siete de la tarde dimos nuestro encuentro por terminado. Tracé mentalmente mí vuelta a casa tras despedirme de las chicas y decidí volver a pie para darme algo más de tiempo antes de verme sola en mi piso, poco más de treinta minutos de relajante ejercicio cardiovascular. Pero al llegar a mi portal, Lora me estaba esperando. La miré desorientada y balbuceé mis dudas por su presencia con extraños fonemas sin terminar.

- Metro, Isis, metro – evidenció

- Eso ya me lo imagino – le puse los ojos en blanco – ¿Pero qué haces aquí?

- Sé que estás enfadada conmigo y no sabes cuánto siento haberte metido en todo esto, de verdad, pero no puedo irme a casa. Créeme que lo haría si pudiera. Que me metería en la cama, me haría un ovillo bien chiquitito entre las sábanas y dormiría hasta morir de hambre. Pero voy a volverme completamente loca si…

- Sube, anda – interrumpí tan descabellado monólogo antes de que se ahogara por falta de aire – Pero no quiero volver a saber ni a hablar absolutamente nada de lo ocurrido, ¿está claro? – asintió sumisa.

Una vez en el piso la invité a sentirse en su propia casa, como ya solía hacer de costumbre y le indiqué que aún quedaban algunas cervezas de su última visita. Mientras se servía, fui a mi habitación para cambiarme de ropa por algo más cómodo cuando entré en pánico, observándolo petrificada de incredulidad desde el marco de la puerta, incapaz de entender qué demonios hacía mi móvil sobre la mesita de noche.

- No – intenté gritar con apenas un hilillo de voz saliendo de mis pulmones – No, no, no, no, no, no, no – corrí hacia el salón y volqué sobre la mesa todo el contenido de mi bolso – No, no, no, no – me atasqué invadida por un espanto sin igual mientras esparcía mis cosas por la superficie de la mesa – No, no, no, no, no – troté hasta mi habitación de nuevo.

- ¿Estás bien? – se acercó Lora y cuando estuvo a mi lado le señalé mi móvil – Oh, vale, ya veo. ¿Lo has mirado? ¿Has mirado si te ha dicho algo? – sacudí la cabeza de lado a lado – ¿Puedo?

Lora se hizo con el móvil, lo desenchufo del cargador, encendió la pantalla, marcó un par de teclas y se lo puso al oído.

- Ah, bueno – alzó las cejas – Hum, vaya – ladeó la cabeza – Oh, oh – me miró inquieta – Pues, la buena noticia es que sí que te ha dicho algo, tres veces exactamente – me informó – La mala es que te espera, te esperaba, para cenar en su casa hace – miró la hora en el móvil y suspiró – casi una hora.

Le quité el móvil de las manos y seguí sus pasos; encendí la pantalla, vi tres llamadas perdidas y los que deduje como sus respectivos tres mensajes en el buzón de voz, marqué el número y me eché el móvil a la oreja. “Tiene tres mensajes nuevos. Mensaje uno, recibido ayer a las dieciocho horas y cuarenta y siete minutos; Hola, soy Sharleen. Siento lo que ha pasado antes y quiero contártelo, por favor. Llámame cuando puedas. Mensaje dos, recibido ayer a las veintiuna horas y cincuenta y ocho minutos; Vuelvo a ser yo. Había pensado en cenar juntas y poder hablar pero me da que se ha hecho un poco tarde, así que, si quieres desayunamos mañana. Buenas noches. Mensaje tres, recibido hoy a las ocho horas y nueve minutos; Buenos días. Voy a intentarlo una última vez; cena, conmigo, hoy, en mi casa, estaremos tranquilas y podremos hablar de todo. ¿Sobre las siete?" Y como Lora, comprobé la hora en el móvil, las 19:54.

- Deja de mirarme así, no voy a ir – censuré la mirada expectante de Lora – Es tarde. Una hora tarde, precisamente. No. He dicho que no – intercepté su tentativa de hablar – ¿Es que no lo ves? Ir sólo empeorará las cosas, como cada vez que he intentado hacer algo bien con ella y algo ha salido peor – sostuve su mirada – Estará cabreadísima – quise alegar pero seguía mirándome – Vale, vale.

Busqué el número desde el que me había llamado pero me no contestó nadie pasados los nueve tonos y en el número que me dio Lora, saltó el aviso de móvil apagado o fuera de cobertura. Lancé el teléfono sobre la cama y mientras me desnudaba para una ducha más que rápida, ordené a Lora que la llamara, que contactara con ella como fuera y le dijera que estaba de camino. Tan fugaz fue mi paso por debajo del agua que ni siquiera esperé a que se calentara. Y al salir, la cara de Lora reflejaba pura decepción.

- Lo siento – alzó los hombros – No contesta ni al móvil ni al fijo.

- Sigue intentándolo – le pedí mientras me vestía con lo primero que cogí del armario.

- Isis, espera, toma – me detuvo cuando devolvía mis cosas al interior del bolso y sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón – Se las quité a Yolanda. Pensaba usarlas yo pero te harán más falta a ti. Si no contesta mucho menos te abrirá la puerta, así que, toma. ¿Tienes la dirección? – asentí mientras me ponía la chaqueta – Seguiré llamando.

Una vez en la calle analicé mis opciones para poder cruzar la ciudad en el menor tiempo posible y seguí la providencia de ver pasar delante de mí un taxi libre tras otro. Miré la hora, 20:34. Así que me subí a uno, le indiqué mi destino y por primera vez en mi vida, deseé que el conductor fuera uno de los muchos taxistas que se creen corredores de Fórmula Uno. Pero no sólo di con una conductora sexagenaria de admirable conducción, sino que un accidente múltiple a la salida de Barcelona, nos dejó completamente varadas pasada la Plaza de Tetuán. “Metro, Isis, metro” recordé las palabras de Lora. Pero la única línea a mi alcance me obligaba a dar un buen rodeo tomase el sentido que tomase. Opté por terminar mi trayecto a pie. No estaba tan lejos de Glórias. O eso pensé. Porque para cuando salía de la condenada rotonda y volví a comprobar la hora, pasaban diez minutos de las nueve de la noche. Más, las dos interminables calles de Diagonal hasta la Rambla y dar con su calle y su portal, me dejaron en su casa pasadas las nueve y media de la noche. Busqué su piso en el portero electrónico y piqué varias veces pero no obtuve respuesta. Llamé a Lora.

- ¿Has podido hablar con ella? – fue mi única preocupación

- No – la oí resoplar – Y el fijo ha pasado de no responder a comunicar, lo habrá descolgado. ¿Ya has llegado?

- Sí, llevo unos minutos picando pero nada. ¿Su piso es uno de los balcones? Porque hay luz en todos.

- Las llaves. Usa las llaves. Se cabreará, más, pero, no sé, ya estás ahí y ya está enfadada, así que, usa las llaves – me propuso.

Terminé la llamada, saqué las llaves del bolsillo de la chaqueta y abrí el portal. Cuando salí del ascensor comprobé que estaba en la planta correcta y al buscar su puerta, la encontré entreabierta con un trozo de tela haciendo de tope en la base. Entré despacio, retirando la prenda de ropa con la punta del pie y lo que vi en el interior no auguraba nada bueno; el interfono descolgado, un par de chaquetas en el suelo, el perchero volcado y varias cosas tiradas por el recibidor. Me temí lo peor. Me armé con un paraguas en alto y me adentré por el piso todo lo sigilosa que pude, preocupada por Sharleen y lo que habría sucedido, si le había pasado algo y por eso no daba señales de vida. El salón no tenía mucho mejor aspecto que la entrada; un par de sillas abatidas, una copa de vino derramada sobre la mesa, el sofá desplazado y un póster colgando boca abajo a medio arrancar. Seguí mi recorrido en busca de Sharleen y di con ella al final del pasillo interior, cuando a través de una puerta a medio entornar vi parte de su cuerpo tumbado y desnudo sobre la cama. Con una mano en el pelo y otra perdida cintura abajo. No pensé, no reaccioné, no me moví, ni siquiera seguí respirando. Adicta a lo que estaban viendo mis ojos, enganchada a sus curvas. A su vientre contraído y relajado para volver a contraerse. A su respiración intermitente pero constante, entrecortada de vez en cuando por un delicado gemido, cada vez más frecuentes, más intensos. Mi aliento se confundía con el suyo cada vez que creaba un arco entre su espalda y la cama. Sometida a la misma secuencia, una y otra vez, a otro ritmo, de otro modo, retorciéndose de placer. Tomó una bocanada de aire, apretó las sábanas entre los puños, dibujó suaves olas de una cadencia vehemente con su cuerpo en el aire y su orgasmo me trajo de nuevo a la realidad. Tan fascinada. Y sorprendida. Y fulminantemente excitada. Hasta que una tercera mano ascendió por su vientre.